Tal vez, ya pudieron leer un poco sobre nosotras en la rubrica “autoras del blog”, pero queríamos ir mas alla y compartir con ustedes nuestras propias historias. Si una de nuestras metas es liberar la palabra de las mujeres, ¡mejor empezar por nosotras mismas! Les vamos entonces a contar cada una nuestra “historia” y como llegamos a trabajar en este proyecto de “Periné consciente”. ¡No duden en mandarnos sus reacciones!

A pocos dias de parir….
Primero llegó la rabia.
Recién había nacido mi primera hija y en vez de vivir un momento de felicidad total, me encontraba con dolores muy fuertes debidos a un parto desastroso. Siempre le había mencionado a la obstetra que quería un parto natural… pero cuando llegó la famosa FPP (Fecha Probable de Parto), mi hija todavía no se había decidido a ver la luz del sol.
Para mí, no representaba ningún problema, conocía muchas amigas en Francia que habían dado la luz con algunos días de retraso, y más allá de eso, sentía a mi bebé moverse muy bien. Pero mi obstetra no paraba de insistir: después de la FPP, el bebé está en riesgo. Yo no podía entender eso. Las siglas FPP nómbrelo dicen bien: es “probable”. ¿Por qué, entonces, no esperar un par de días más de forma sistemática? ¿Acaso se puede siempre calcular con precisión total la fecha de un parto?
De todas formas, mi obstetra ya me había dicho que tenía que presentarme al hospital el día de la FPP, para que me inducieran el parto… El día anterior, subí los catorce pisos hasta mi departamento por escalera, ¡suplicando que mi hija decidiera salir ya! Muy loco, ¿no? En vez de esperar el momento del parto con paz y tranquilidad, sentirme obligada a hacer todo lo posible para que naciera el bebé. Una locura… No podía aceptar que alguien le pusiera fecha a mi parto. Eso, sólo mi bebé y mi cuerpo lo tenían que decidir. Pero, incluso luego de subir por las escaleras, no tenía ninguna contracción…
Pasé toda la noche despierta, con una idea fija en la cabeza: “¡no quiero que me induzcan su nacimiento!”. A las siete de la mañana, llamé a la obstetra y le dije: “no quiero la inducción”. Entonces me explicó que si no quería, tenía que cambiar de equipo médico, ya que para ella y su equipo no se podía esperar más. Me hablaba siempre de este “supuesto” riesgo que corría mi bebé. Al final, me mandó al hospital para hacer nuevos estudios: monitoreo cardíaco y ecografía. Salió todo perfecto, ¡mi pequeña se sentía muy cómoda!
Entonces volví a hablar con la obstetra, quien repitió: si quieres esperar para parir, búscate otro equipo. Ya no sabía qué más hacer. ¡Que desesperación! Ese día, cuando volví a casa, rogué nuevamente para que llegara mi hija. A la noche tuve algunas contracciones muy leves, por lo cual llamé a la partera que me aconsejó ir al hospital el día siguiente, a las ocho. Me encontraba con muy poca dilatación, apenas 2 centímetros. Por la última vez, me repitieron: “Hacemos la inducción, o cambiá de equipo médico”. Esta vez, mi determinación se fue al tacho… Después de hablar con mi novio, pensamos “bueno, tal vez tienen razón y no podemos esperar mucho más…”. Pusieron la Oxitócina y mi trabajo de parto comenzó.
Como resultado, estuve 3 horas con contracciones intensas y dolores hasta ese momento desconocidos, y con todo mi cuerpo tenso, como si lo estuviesen atravesando mil agujas. Vomité dos veces, y después de tres horas, llegué a tener 10 centímetros de dilatación. Llegó entonces el anestesista, que me puso la Epidural…
En ese momento, me dijeron que ya estaba lista para empezar la fase de pujo. “En 30 minutos máximo va a estar su hija”, afirmó el anestesista. Entonces, acostada en la camilla ginecológica, empecé a pujar.
¡Inspirar, expirar, pujar. Inspirar, expirar, pujar! Les aseguro que ponía todas mis fuerzas en el intento. Sentía mis abdominales contraídos, y me ayudaba a la vez con los brazos (dando fuerza en las manijas instaladas en la camilla). Y mientras tanto, los minutos pasaban. El dolor en mi pelvis y en mi sacro era cada vez más agudo (y constantemente me preguntaba por qué tenía tantos dolores, ya que me habían dado la Epidural). Después de un rato largo (alrededor de 45 minutos), vi que la obstetra me ponía un líquido en los muslos y en la zona vaginal… así hizo una episiotomía, sin avisarme. Y yo seguía pujando, pujando como loca (actualmente sé que estaba pujando mal pero… ¿quién realmente sabe pujar bien luego de las clases de preparto?).
¿Pero por qué no aparecía mi tesoro? En algún momento, recuerdo que le dije a la obstetra “¿Por qué me duele tanto el culo?”… me salió así. Tal vez por ser extranjera, (aunque en francés, creo que lo hubiera dicho de la misma forma) ¡Mi bebé estaba en el canal de parto, bloqueada, y yo, acostada, los abdominales destruidos después de pujar tanto… y la episiotomía no daba resultado!
Miraba a mi pareja, desesperada. Ya hacía una hora que había empezado la fase de expulsión…
Ahora, mientras relato, recuerdo que un mes más tarde vi un video promocional muy divertido, de una marca de papas. El poder tentador de las papas era tal que, cuando en la sala de ecografía el papá lanzaba una papa frente a la vagina, el bebé salía volando para atraparla. Eso quería: ¿¡Dónde estaban mis papas voladoras para hacer salir a mi hija!?
¡Lamentablemente no apareció ningún alimento mágico! En vez de eso, escuché la voz del anestesista preguntando a la obstetra: “¿hacemos una Simpson?”.
Lo leyeron bien. Una Simpson. ¿Acaso Homero o Marge me podían ayudar en algo? A pesar del dolor que me quemaba el cerebro, entendí que estaban discutiendo de una posible cesárea. ¿Así se trataba a una mujer pariendo? ¿Usando un lenguaje codificado para hablar de una intervención sobre su propio cuerpo? Algo andaba mal, ¿no? Pobre mujercita dolorida que no podría tomar una decisión por sí misma…
En ese instante, agradecí de forma interna a mi obstetra que rechazó inmediatamente la propuesta (desde hacía nueve meses que le decía “quiero un parto natural”… pero tal vez ella pensó “¡ahí lo tenés, tu parto natural!”). Finalmente, la partera y el anestesista se pusieron de ambos lados de mi panza, se dieron la mano como para hacer una pulseada, y apretaron con todas sus fuerzas en mi vientre. La maniobra me pareció brutal y hoy en día puedo decir que sé lo dañina que fue…
Pero bueno, poco después llegó -por fin- mi maravilla, mi hija.
Era una beba hermosa (lo sigue siendo), pero el primer mes que siguió al parto, apenas pude sentir la felicidad de ser madre. Los primeros días después, me dolía la panza de forma muy intensa, apenas me podía mantener parada (me dijeron que era gastritis); la episiotomía también me dolía mucho (¡nadie la revisó mientras estaba en el hospital!). Cuando llegué a casa, me di cuenta de que la cicatriz se había abierto, así que me encontraba con un corte limpio en la “nalga” y la obstetra no parecía del todo preocupada: “Son cosas que pasan. Ya se va a arreglar” (o sea: bancátelo). Me había también dado cuenta de que tenía incontinencia urinaria. Justo después del parto y me habían dicho “que raro”, como si nadie supiera nada… ¿Parece una broma? No lo fue. ¿Cómo podía ser que una obstetra no hubiera mencionado que la incontinencia tenía que ver con el trauma que había sufrido el periné durante el parto?
¿Y saben qué? Después de un mes, cuando volví por enésima vez a consultarla porque seguía con dolores en la episiotomía, por fin, me dijo: “¡Ah… es que lo que te pasa a vos es algo muy poco común! Hiciste una reacción alérgica al Vicryl, el hilo de coser. Una vez en un millón pasa eso…”. Como resultado, me tuvieron que sacar los hilos con una pinza. Y a los pocos días, por fin, se cerró la cicatriz.
Sin embargo, había estado abierta durante un mes. Y nadie se había preocupado. En esta oportunidad le había consultado: “¿Y que tal la rehabilitación del piso pélvico? ¿Me puede hacer una receta?”. Me miró de forma extraña y me contestó: “No, acá en Argentina, no se hace”.
¿Por qué?, pregunté desconcertada.
Porque creemos que no sirve, dijo.
Fin de la historia.
Apenas una semana después, noté algo muy raro en mi cuerpo; “algo” (un bulto) había aparecido en mi vagina. Busqué en internet y no tardé más de cinco minutos antes de entender lo que me estaba pasando: tenía un prolapso.
Volví a ver la obstetra: «Es que la vagina cambia después del parto. Lo tuyo es normal. Pero no te preocupes, después de un par de meses, va a estar todo bien”, intentó tranquilizarme. Aún ahora me resulta extraño como a veces un médico puede usar el “pensamiento mágico”… Por supuesto, nunca más volví a ver la obstetra. Empezó entonces la búsqueda desesperada por alguien que me pudiera ayudar con el prolapso, con la rehabilitación del piso pélvico, con los problemas de incontinencia (tuve incluso un episodio de incontinencia fecal… ¿quién se anima a hablar de eso, antes del parto? ¡Nadie!) …
¿Saben lo que escuché cuando visité a nuevos especialistas o cuando llamé a todos los kinesiólogos de la ciudad para averiguar si hacían reeducación (rehabilitación) del piso pélvico? ¡Lo mismo que le paso a Angélique! Aquí van algunas citas sabrosas:
“De que se queja señora, ¡hay muchas otras mujeres que tienen lo mismo que Usted y que no dicen nada!” (Ginecólogo, cuando vio mi prolapso).
“Si querés te hago una receta para sesiones de rehabilitación del piso pélvico. Pero no tengo nadie para recomendarte” (Ginecólogo).
“¿Rehabilitación del piso qué?” (Secretarías de diversos kinesiólogos particulares o centros de kinesiología).
Al fin, hablé con Angélique y ella me comentó que en el Hospital Italiano tenían un equipo “experimental” de reeducación. Luego de tanta odisea, pude acceder a cuatro sesiones para poner un diagnóstico sobre mi caso y ver cómo y si se podía solucionar. ¡Por fin alguien que sabía del piso pélvico¡ ¡Alguien que no despreciaba la desesperación de una mujer joven con prolapso e incontinencia! Cuatro sesiones fueron muy poco, pero igual me ayudaron. Me ayudaron a levantarme para poder gritar a los cuatro vientos todo lo que había estado viviendo.
Tiempo después, volví a conversar con Angélique sobre esta situación que parecía delirante… y pronto surgió la idea de un libro o de un blog. Iba a ser “Periné consciente”.
Nuestra idea no es la de culpar alguien, o difamar de forma sistemática el cuerpo médico. Nada de eso. De hecho, encontramos durante la preparación de estos libros médicos maravillosos que trabajan día a día para cambiar las cosas. El problema yace más bien en nuestra propia educación corporal (o sea, en nuestra cultura), en el sistema de enseñanza de la medicina, y también en la poca consideración que se le da a problemas de salud que uno no considera como importante, por no ser de ningún modo fatal.
Es cierto que existen urgencias y hay prioridades dentro de la Salud Pública. Pero cuando uno se da cuenta de que entre el 30% y el 40% de las mujeres van a conocer en su vida disfunciones de su piso pélvico, que podrían prevenirse o rehabilitarse, entonces nos parece que hay mucho por hacer…
Y más allá de la respuesta médica, pensamos que la mejor forma de cuidar mejor el piso pélvico es brindar conocimiento sobre el mismo. ¡Seamos responsables de nosotras mismas!